miércoles, 7 de enero de 2015

Zahara


Somos frágiles…
Sometemos nuestros cuerpos 
a sobredosis de emoción 
y distancias largas 
que nos matan lento. 
No tenemos tiempo, 
no tenemos tiempo…


Se empezó a derretir, la coraza cayó,
y mi piel se volvió fluorescente.
¿Durante cuánto tiempo estuve hibernando?
No me interrumpiste, 
me estabas esperando.

Me hiciste olvidar los hombres de la Tierra.
Tenías el sabor de todos los helados.
Éramos extraños en días sin lluvia
bajo las Perseidas para verlas caer.

Cuando acabó aquel letargo sin fin
me quedé en agosto a vivir. 


No sé que acabó sucediendo,
sólo sentí dentro dardos.
Nuestra incómoda postura
se dilató en el espacio

Se me hunde el dolor en el costado,
se me nublan los recodos,
tengo sed y estoy tragando,
no quiero no estar a tu lado.

Me disfrazo de ti.
Te disfrazas de mí.
Y jugamos a ser humanos
en esta habitación gris.

Muerdo el agua por ti.
Te deslizas por mí.
Y jugamos a ser dos gatos
que no se quieren dormir.

Me moriré de ganas de decirte
que te voy a echar de menos…

domingo, 25 de mayo de 2014

Más vale tener suerte que talento.


Aquél que dijo "más vale tener suerte que talento" conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control. En un partido hay momentos en que la pelota golpea con el borde de la red, y durante una fracción de segundo puede seguir hacía delante o hacía detrás. Con un poco de suerte sigue hacía delante y ganas... o no lo hace y pierdes.





domingo, 20 de abril de 2014

O tal vez es porque al final logré entenderlo.


"Un amigo me dijo que fuera honesta con vosotros.
Entonces, aquí va.
Esto no es lo que quiero, pero voy a tomar el camino largo.
Tal vez sea porque me gusta aprender de todo, 
o porque no quiero caminar por ahí enfadada
O tal vez es porque al final logré entenderlo
Hay cosas que no queremos que pasen, pero que debemos aceptarlas. 
Cosas que no queremos saber, pero debemos aprender. 
Y gente sin la que no podemos vivir, pero debemos dejar ir."


martes, 15 de abril de 2014

Gestionar el sufrimiento

Sufrimos frustrados por lo que desearíamos que fuera y no es, por lo que esperábamos que hubiera sido y no fue, por lo que queremos que sea y no llega.

Generamos pensamientos negativos repetitivos y nos anclamos en sentirnos víctimas, nuestro pesar aumenta y se vuelve adictivo. Cuando cavilamos mucho sobre lo que no funciona, nos agotamos mental y emocionalmente, acumulamos malestar y no podemos decidir con claridad. Si además nos anclamos en preguntas como “¿por qué sigues cometiendo los mismos errores?, ¿por qué me toca vivir esto?”, sentimos dolor, pena y rabia.

Podemos cambiar de rumbo si prestamos atención a lo que nos aporta bienestar, preguntándonos y conversando sobre qué solución nos beneficiaría más, adónde nos gustaría llegar, qué es lo que nos ilusiona. Según sea nuestro discurso interior, contribuimos a sufrir más o menos.

Cuando uno padece, suele tener más preguntas que respuestas. Si se repite la pregunta que le lleva a la tristeza y a la decepción, se queda atrapado en el pozo del sufrimiento. Para no incrementarlo, seamos conscientes de los interrogantes que nos planteamos y elijamos bien el que conviene.

Es necesario controlar nuestros pensamientos para que no provoquen un efecto de martillo sobre el clavo que a base de golpes profundiza en el agujero. Lo que ocurrió ya pasó, pero dejó herida, y con los pensamientos recurrentes de angustia, rencor o culpa nuestra herida no se cura. Entonces intentamos huir del sufrimiento. Huimos de él absorbiéndonos en las acciones. Lo ocultamos con consumismo, juegos de azar, adicciones, acontecimientos deportivos. Tomamos decisiones por miedo a sufrir o huyendo, y dejamos conflictos por resolver. No afrontamos lo que nos ocurre, no nos permitimos sentirlo. Escapándonos del dolor, este se acumula en nuestro interior, hasta que uno se encuentra deprimido o con necesidad de explotar.

Si vivimos obsesionados por la satisfacción de lo inmediato y estamos permanentemente huyendo de los inconvenientes y de las adversidades, nos debilitamos. Una sociedad que elimina el sufrimiento huyendo de él es frágil porque se siente permanentemente amenazada. La sociedad occidental está orientada hacia el éxito. Sufrir se asocia a fracaso, a ser flojo, a no llegar, a sentir que uno no forma parte del sistema productivo y no sirve.

Tememos lo que desconocemos, lo que no tiene forma, lo que está en nuestra sombra, diría Carl G. Jung. Permitirnos espacios y tiempos para estar solos de vez en cuando facilita establecer un diálogo interno con el cual descubrir y conectar con nuestra fuerza personal. Si uno está bien consigo mismo, le será más fácil estar bien en el entorno y con los otros. Si uno se siente cómodo, no huirá de sí mismo. Gozará estando solo y también en compañía. Es en la soledad cuando uno puede escucharse mejor. El sufrimiento emocional nos indica que quizá estamos aguantando algo que deberíamos soltar. Tal vez hemos de aprender a decir no o sí, o a poner límites; tal vez debemos cuidarnos más, o necesitamos más silencio.

Al no escuchar lo que el abatimiento nos señala, llega un momento en que se produce una grieta interna. Hemos huido de nuestra propia voz interior que nos quiere comunicar algo. El desconsuelo indica la posibilidad de un cambio latente. Cuando encontramos el sentido de nuestra angustia, esta se transforma.

Con motivación se atraviesan las dificultades que se presentan para lograr nuestro objetivo. Cuando la serpiente tiene que desprenderse de su piel vieja, escoge transitar por dos piedras próximas que le aprieten, le rasquen y le ayuden a eliminar su piel. Ese tránsito le provoca dolor, pero le ayuda a deshacerse de lo viejo para dar lugar a lo nuevo. Es el final de un proceso y el inicio de otro. Y en ese tránsito sufrimos. Si nos resistimos a atravesarlo, la angustia se incrementa, pues no soltamos lo que ya no nos aporta, lo que necesitamos, ni damos espacio a lo que quiere nacer. Uno puede enquistarse en ese dolor, alargando el padecimiento y haciéndolo agónico.

El sufrimiento nos indica que algo nuevo está naciendo. Si mantenemos puesta la marcha atrás, no avanzamos, podríamos decir que la herida se infecta. Si asumimos y pasamos el dolor, dejamos paso a lo nuevo. Hay que fluir aunque sea en mitad de la incertidumbre. No sabemos lo que nos espera después de ese cambio, y esa inquietud nos puede provocar una falta de fuerza interior. Sin embargo, desprenderse de lo que nos daña es lo que nos libera, nos fortalece y nos hace libres.

Por ejemplo, uno puede sentirse invadido por el sufrimiento que le provoca la pérdida de un ser querido y estar años y años padeciendo. O bien, aunque haya perdido a un hijo, a una madre, a un gran amigo, puede conectar con los momentos llenos de sentido y felicidad vividos con ellos, y aunque probablemente habrá una sombra de dolor con el recuerdo, este no ocupará ni nublará todo. Uno sentirá el agradecimiento por esos momentos.

Cuando atravesamos el sufrimiento, nadie puede responder por otro. Este es un sentimiento intransferible y, aunque nos demos cuenta, nadie puede hacer nada, cada uno debemos recorrer ese camino por nosotros mismos. Si, para evitar que una mariposa sufra al salir del capullo, le ayudamos a abrirlo, la mariposa no utiliza su propia fuerza, sus alas se debilitan y se muere. Es ella la que debe atravesarlo para fortalecerse y así poder volar. Cada uno tenemos que salir de las propias redes que nos envuelven y reforzarnos en el tránsito.

Sin embargo, compartir la dificultad, darle nombre y expresarla, aligera la carga. Es más fácil si lo identificamos, lo nombramos, lo escuchamos, lo miramos cara a cara y lo humanizamos. Lo que ocurre a veces es que la vergüenza o el miedo a lo que pensarán al ver nuestra vulnerabilidad o debilidad, o a que nos etiqueten como alguien fracasado, dificulta que compartamos nuestro sufrimiento.

Se trata de transformar las adversidades y los monstruos, que son nuestros miedos, en aliados sobre los que cabalgamos. El mito de san Jorge es un ejemplo de transformación: el miedo y el dolor que simboliza el dragón se convierten en una cabalgadura que libera a la princesa. San Jorge no mata al dragón, sino que monta sobre él porque lo ha integrado.

Entregarse en el tránsito que implica el sufrimiento y no eludirlo hace que aquello que parece un obstáculo y una gran devastación se convierta en una oportunidad. No es fácil dar este salto. Pero la clave está en confiar. En un espacio en el que impera este clima se crean nuevas dinámicas liberadoras que nos revitalizan y nos abren al sentido de vivir. Creemos que a cada instante respiraremos, que a cada paso que demos el edificio aguantará, que cuando lleguemos a casa nos encontraremos con la persona a quien hemos dejado.

Nuestra vida está hecha de confianza. Cuando nos convertimos en seres recelosos, nos deshumanizamos. La confianza nos humaniza. Vivamos en la fe radical de que todo tiene sentido más allá de lo que podemos percibir con nuestras cortas miradas.

http://elpais.com/elpais/2014/04/11/eps/1397215844_214074.html