lunes, 6 de junio de 2011

El eterno retorno de lo mismo.

El fantasma de la Universidad Carlos III, más concretamente su campus de Getafe, vuelve a cernirse sobre mí con su sombra elitista y selectiva, arrasando mis ilusiones.

Ese es el resumen de mis penas. No sé si es acertado llamarlo así, pero ha afectado a mí espíritu (poniéndome en plan romántica), para bien o para mal. Me gustaría saber que me diría Holden Caudfield si tuviese la oportunidad de soltarme una de sus frases. Creo que, de alguna manera, buscaría el lado positivo.

Aún no he decidido cómo me lo voy a tomar. Quiero decir, aún falta la reclamación, y con seguridad, un nuevo no. Otro fantasma, uno igual de terrible y retorcido, el de Bachillerato y selectividad, nunca deja de perseguirme. Arrastro su recuerdo en muchísimos de mis caminos académicos. No lo supe entonces, pero tampoco voy a coger y voy a decir que no di cuanto pude, porque no es cierto. Estudié hasta que me sangraron los ojos, pero quizá faltó un poco. Joder, han pasado dos años, casi ni me acuerdo.

He estado luchando por la Carlos III desde hace unos cinco años, más o menos desde que decidí que quería estudiar Periodismo y Comunicación Audiovisual. Su altísima nota exigida, comparable a medicina (pero sin tener en cuenta las asignaturas examinadas en selectividad), me hizo desechar la idea, desde el principio, de poder acceder directamente. Pero había otras vías. Llevo intentándolo desde entonces; este era el año en que iba a conseguirlo.

Hay gente que hace selectividad y, tenga la nota que tenga, no vuelve a pensar en ella nunca. Hay gente que tiene muy en cuenta la nota de selectividad del que tiene al lado. Hay gente que se conforma con su cinco, que se mete en la carrera a la que puede acceder con su mediocre nota y cierra los ojos para no mirar al futuro. O simplemente, se la suda el futuro, aunque ya esté aquí.

Como este era el año en que iba a conseguir acceder a la Charly, comencé a plantearme muchas cosas. Matadme si algún día leéis esto, cualquier estudiante carlista o posibles futuros compañeros de aula, pero una de las cosas que me preocupaban era el tipo de personalidad de sus estudiantes. Prefería no pensar en verme en la situación de VOLVER a buscar nuevas amistades, y siempre pensé que alguien me sonreiría aunque fuese por lástima. No es que me viese como la apestada de la clase, pero puedo decir que he conocido a mucha gente, he recorrido distintas clases, y cuando se hace piña, es difícil entrar en ella. Muy, muy difícil.

Otra de las cosas que me tiraban hacia atrás, por no decir la principal, era la convalidación de asignaturas. Una carrera de cinco años se iba a convertir en una de siete, porque la mitad de mis asignaturas no me las iban a convalidar. Dependiendo de lo que me informasen acerca de esto, iba a tomar mi decisión. Y la más probable iba a ser que no valía la pena.

Frente a esto, había muchas cosas que me atraían inevitablemente a esta universidad. Empezando porque mis padres compraron el piso a diez minutos de la facultad con la intención de facilitarme el camino, siguiendo con un hecho puntual sobre cierta persona ligada a este campus (aunque obviamente esto no influiría jamás en mis decisiones, aún menos hoy en día) y terminando con lo más importante: su prestigio.

Con suerte, me he ahorrado frustraciones futuras y horas de agobios y reflexiones. No tengo porque darle vueltas a la cabeza; otros han decidido por mí. Pero siendo absolutamente sincera, aunque ni yo sabría decir que hubiese decidido, me hubiera gustado ser yo la que te dijese que no.